Era un 31 de diciembre de principio de los años noventa en donde aprender andar en bicicleta se veía cómo un sueño inalcanzable para mí.
De consuelo iba para muchos lados en la bicicleta de un amigo llamado Rodrigo, que tenía una de la marca Bianchi, de esas que tenían una especie de soporte para la espalda.