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Era aproximadamente el año 2005, tiempos en los que trabajaba en una empresa de correo privado en la función de cartero.
Recuerdo que ese día había sido agotador y para relajarme pase a un local a compartir con los amigos.
Entre la conversación, las tallas, lo que comimos y bebimos. Parece que el tiempo paso rápido y al mirar la hora me doy cuenta que no alcanzare a tomar el metro y parece que tampoco las micros 354, 357,373 o 405 que estaban en el ocaso de su existencia.
Por ello tuve que tomar un colectivo de esos que van hacia la Plaza de Puente Alto, en donde le pedí al chofer si por unas monedas más me podía dejar en Santa Raquel con General Arriagada, lo cual rechazo.
Curiosamente esa fue una la única vez que rechazaron dejarme en ese lugar lo que me obligo a bajarme en Vicuña Mackenna con María Elena, esquina que esta al costado del Metro Los Quillayes.
De ahí tenía que caminar hacia la costa cruzando toda esa calle que se veía oscura y que me daba miedo transitar.
No recuerdo muy bien las palabras, pero me encomendé a Dios para que no me pasara nada de hecho me dije a mi mismo “si llego a Santa Raquel la otra parte del camino es pan comido”.
A eso apareció un perro negro que se puso por delante mío y mientras avanzaba miraba hacia todos lados.
Su compañía me hizo sentir tranquilidad, seguridad y cómo que el camino se hacía corto.
Cuando estaba a punto de llegar a la altura donde está actualmente el Ekono, miro que el perrito aún me acompañaba.
Para mi sorpresa fue llegar a Santa Raquel pues al voltearme para ver de nuevo al Perrito este no estaba por ningún lado.
Lo busque unos cinco minutos ya que me pareció extraño que desapareciera de un segundo a otro.
El lugar donde estaba para mí era más seguro y me fue fácil llegar a mi hogar.
Cuando me acuerdo de esto siempre pienso que se amigó canino fue un ángel guardián que me acompaño a llegar a mi casa.
Alexis Canales
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